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Efialtes, siempre Efialtes

Ángel Sande

   viernes, 15 de junio de 2012

La relectura de un poema escrito en el oriente mediterráneo y el recuerdo de dos conferencias, claras y pertinentes, me han traído ese nombre: Efialtes.

Sí, Efialtes. Mas, en tiempos de banalización y buenismo, cuando eufemismo y pretendida polisemia buscan que las palabras signifiquen lo que quien las pronuncia (el hombre público del momento) quiere que signifiquen, permitirán que contemple visión alternativa del personaje: alguien convencido de que tan solo su opción política traerá la prosperidad al pueblo, los griegos, pone su empeño en traerla, aunque en su estela los medos pasen; su beneficio personal es algo accesorio aunque, entiende él, merecido.

En el CESEDEN, tres analistas de lo internacional, en lúcidas y documentadas exposiciones, nos pusieron ante una realidad hace algún tiempo intuida: Occidente ha perdido su apuesta en Afganistán. Otra vez. Pese a las enseñanzas de Argelia, Vietnam e Irak, la actuación de Occidente allí está abocada al fracaso, afirman.

Cierto que Occidente pretende seguir empeñado allí hasta 2024, pero también es cierto que ya se especula con el nombre de quien tomará, en ese Gran Juego cuyo tablero es Afganistán y limítrofes, la hegemonía.

Nada hay nuevo en este mi oficio, la guerra, y todo lo circunstancial es diferente cada vez en él, salvo una constante: sin voluntad de vencer, arrostrando sacrificios durante el tiempo preciso, siempre llega la derrota, por mucho que el eufemismo y la polisemia la banalicen o edulcoren.

Occidente un día, alineándose tras el directamente agredido, EEUU, y en defensa de sus principios y seguridad, tomó las armas y se dispuso a erradicar el mal.

Fue válido aquel día, para la sociedad y sus hombres públicos, el verso del alejandrino:

Honor a todos aquellos que en su vida // Termópilas marcaron, y las guardan.

Pero. el hombre público, en el "estado de opinión" que son nuestras democracias, raramente afronta el horror real de la guerra y, así, la desencadena pacatamente, lo que la prolonga y, con el tiempo (sociedad y prensa reclamando el fin del sacrificio), ha de abandonarla solapadamente, poniendo al esfuerzo, junto a la tasa, plazo.

Bien lejos de lo que, en el 402 a.C., Apio Claudio en la Asamblea de Roma proponía: Puede que esta guerra (a los veyentinos) no se debiera haber empezado, pero ahora que se ha empezado debe conducirse como corresponde a la dignidad de Roma y terminarla tan pronto como se pueda.

Al no haberse hecho así, y por mucho que en los últimos días, advertido el riesgo de hacer inútil el esfuerzo y la sangre vertida, se pretenda enmendar el rumbo con el compromiso de permanecer allí, los medos-talibanes pasarán, pues, si bien se toma más largo plazo para alcanzar el objetivo, también más tasado estará el esfuerzo.

En el ATENEO conferencia sobre Gibraltar y la justa lucha por recuperar su soberanía. Clara, bien estructurada y expuesta, el ponente, y hombre público, intentó mostrar que si en 2002 casi se logra recuperarla (omitiendo lo que malogró el intento), hoy y con tiempo, corregida la deriva de los últimos años, podemos finalmente lograrla.

Será preciso, afirmaba el ponente, que los gibraltareños no pierdan al cambiar la bandera, añadiendo que se puede hacer que así sea.

Expuso que el Reino Unido, en la deriva mencionada, sentó en la mesa de negociaciones con España también a los gibraltareños, y considera un logro que, lejos de que estos se retiren, ocupen las autoridades de La Línea también un puesto en esa mesa; olvida que jugar en el campo que el adversario elige es apostar por la derrota.
Pero se ufana de hacerlo así pues, además del interés de España, están los del Campo de Gibraltar, que no pueden sufrir perjuicio alguno, asevera.

Lo local a la altura de lo nacional, cediendo la Nación (pues habrá de ser esta quien aporte lo que los gibraltareños ganen en la operación) ante quien nada necesita hoy, los gibraltareños, para obtener en el Campo lo que el ponente no explica. La dignidad de Roma-España que Apio Claudio como vértice ponía, preterida por el hipotético bien material de una parte de ella.

Efialtes aquí busca riqueza para los suyos locales, inmovilizando a quienes, desde sus Termópilas, por los intereses de su Patria, los de todos, velan.

Y, ¡ay!, no es el único que tal hace o predica en el solar de las autonomías, que un día fueron coronas y reinos, y también taifas.

Pero en tal solar quedan muchos que sus Termópilas guardan en el convencimiento de que solo así honran a quien les precedió y podrán mirar de frente a quien les suceda. Y las guardan en aquello en que hombres públicos como nacional tratan, y en lo que allende las fronteras, junto a otras naciones, nos concierne.

Quizá en esa parte de la sociedad, y en los que en uniforme la servimos, debía estar pensando el alejandrino al concluir su poema:

Y todavía más honor les cabe // cuando prevén (y hay muchos que lo hacen) // que Efialtes se presentará al final.

Se presentará y pasarán los medos-talibanes, pues el tiempo, al tasarlo Occidente, es suyo, y permanecerán los medos-gibraltareños el tiempo en que, criterios cambiantes y dignidad y sacrificio descartados, España su juego, el de ellos, juegue (¿debo aclarar lo impensable de las armas en este caso? ¿debo?).

Mas, aun en tal previsión unos seguirán laborando discretos y mirando al futuro, y otros cumplirán con su deber; esperanzados, unos y otros, en una España esforzada y digna, convencidos de que en nación tan vieja, en pueblo tan curtido, por más que eufemismos, promesas y oropel hoy la encandilen, convencidos de que los medos, y sus valedores, no prevalecerán.

Esfuerzo y dignidad. que nacen del respeto a uno mismo y a sus compromisos, imprescindibles para generar confianza en aliados y amigos; y, visto lo último en la Bahía de Algeciras, lograr que nos respeten.

* Ángel Sande es Almirante (r)

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