"Devolveré YPF a los argentinos", esgrimió Cristina Fernández de Kirchner como uno de los argumentos para incautarse de la filial española de Repsol. Y esta semana se conocía que el mexicano Carlos Slim, uno de los hombres más ricos del mundo y amigo del ex presidente del Gobierno español Felipe González, acababa de comprar el 8,5% de YPF al Gobierno argentino. Como quiera que no se ha hecho público que el magnate Slim haya decidido nacionalizarse argentino, podemos colegir que la señora de K. sigue quitándose las caretas.
Y eso es precisamente lo que parece empezar a ver el pueblo argentino, que en esta semana que hemos dejado atrás, se ha vuelto a ver cómo la emblemática Plaza de Mayo volvía a ser tomada por varios miles de personas que, cacerolas en mano, afrontaban las primeras ruidosas protestas contra Kirchner, su Gobierno y sus falsas promesas. En principio, la convocatoria a la protesta tuvo lugar de manera espontánea a través de las redes sociales, en una especie de movimiento 'indignado' que no parecía responder a la movilización de ninguna fuerza política o sindical sino, lisa y llanamente, al hartazgo de los argentinos con la política hierática y populista de su presidenta.
Los manifestantes declararon a los medios de comunicación que el verdadero objetivo era protestar contra las "fracasadas" políticas del Gobierno de Fernández de Kirchner para combatir la inseguridad, la corrupción y la inflación, los principales problemas que aquejan a la sociedad argentina.
Y es que, pasada la euforia de los seis meses de la llegada al poder de Cristina, viuda de K, como ella y su equipo de campaña se esforzaron en lanzar a los cuatro vientos, los índices de aceptación se han derrumbado como un castillo de naipes. La gente en Argentina no es ajena a lo que sucede en el resto del mundo, y está cada día más preocupada por la economía, la caída del empleo, la inflación galopante y las restricciones de este Gobierno para poder comprar dólares u otras divisas.
Según la última encuesta de Management & Fit, ya son más de la mitad de los argentinos los que desaprueban la gestión de Cristina a los seis meses de que asumiera su segundo mandato. Y su imagen personal ha caído la friolera de 25 puntos. Demasiado para una mujer que gobierna pendiente de los sondeos. El 50,4% de los argentinos suspende la labor del Gobierno, mientras que, en octubre pasado, los que suspendían al Ejecutivo apenas llegaban al 29% y más del 64 aprobaba la labor del Gobierno.
Estos datos que han salido a la luz ahora pueden explicar el accionar del Gobierno argentino en los últimos dos meses. Los sondeos internos que la Administración peronista maneja todas las semanas venían advirtiendo esta caída de la popularidad de Cristina y este enfado con el Gobierno desde el pasado otoño, cuando el Ejecutivo argentino implementó las restricciones para que sus conciudadanos pudieran comprar divisa extranjera.
Además, las perspectivas no son nada halagüeñas: las encuestas son muy claras y casi la mitad de los sondeados están convencidos de que su situación económica va a empeorar el próximo año. Y un dato muy significativo: los más pesimistas son los mayores de 55 años y las clases más desfavorecidas, justamente los descamisados que llevaron en volandas a la reelección a Cristina.
Y para terminar de hacer la cuadratura del círculo en la situación político-económica de la Argentina, el dato que en ese país siempre ha precedido a la peor de las tempestades: la salida de depósitos o fuga de capitales. El pasado sábado, el diario más importante del país, Clarín, alertaba que "la salida de depósitos en dólares no parece encontrar freno. Entre el 4 y el 8 de junio se fueron 547 millones de dólares, casi 110 millones cada día". Unos datos muy clarificadores de la falta de confianza en el sistema y que avisa de la llegada de los peores nubarrones y el recuerdo de un fantasma muy doloroso aún en Argentina: el 'corralito' financiero.
Clarín es especialmente duro en sus impresiones. "Cuesta no calificar como desastrosas las consecuencias que está teniendo sobre la actividad económica el freno total a la compra de dólares. Los bancos perdieron el 33% de los depósitos en apenas siete meses. Gracias a la denominada "batalla cultural" por la pesificación que está llevando adelante el Gobierno, los ahorristas se llevaron a su casa 4.875 millones de dólares desde el 31 de octubre del año pasado. A eso se sumaron los severos controles a las importaciones, que buscaron un mismo objetivo: poner bajo control total del estado, o mejor dicho a disposición del Gobierno, la circulación de dólares".
En resumen, los dueños de dólares no encuentran ni una sola razón para dejarlos en los bancos argentinos, con una inflación en el país que ronda el 24%, y optan por sacarlos como puedan del país o, sencillamente, retirarlos y guardarlos en casa bajo el colchón ante el temor de otro corralito.
En este paisaje han vuelto las cacerolas a las calles de Buenos Aires, algún líder sindical ya ha roto su idilio con el Gobierno de la Kirchner y anuncia manifestaciones en la calle. Con este panorama interior, las otras empresas españolas con intereses en el país ya pueden echarse a temblar. De momento, Kirchner se conforma con volver a hablar de Las Malvinas, pagar campañas de publicidad contra el colonialismo inglés en la prensa progresista española y pedir negociaciones a un David Cameron que no está por la labor de entrar ahora a este trapo cuando Europa se juega su futuro en Grecia. Y si el señuelo de las Malvinas no funciona para distraer de la convulsa situación interna, es hora de que otras empresas españolas empiecen a tentarse la ropa. Tiempo al tiempo.
*Alberto Pérez Giménez es periodista y analista político
Twitter: @albertopgimenez
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