Los franceses, rectificando su despliegue y reforzando el asedio y la contravalación, querían cerrar el paso del Tesino, rendir Pavía y derrotar a los imperiales. El 7 de febrero los imperiales llegaron a su vista y se fortificaron en una posición desafiante, pronto batida por la artillería enemiga. Pescara, mediante acciones frecuentes y osadas, convirtió las noches en una pesadilla para los franceses, cuya defensa desconcertaba y así, en la noche del 19 de febrero, el ataque español penetró en el campamento francés sembrando el pánico tras lo que se retiraron sin que los franceses supieran bien qué había sucedido. Al ataque Pescara decidió el ataque resolutivo con una idea enormemente atrevida: meterse de madrugada en la boca del lobo, el parque de Mirabello, contiguo a Pavía, romper ahí las líneas francesas y derrotar sucesivamente a las dos partes enemigas, contando con una salida de los de Pavía mandados por Leyva. Según Piero Pieri, los imperiales contaban con 1.200 caballos ligeros y 800 hombres de armas; en la infantería había 5.000 españoles, 12.000 alemanes y 3.000 italianos; la artillería tenía 17 cañones. Dentro de Pavía había otros 1.000 españoles y 5.000 lanskenetes alemanes. De la batalla destaca el brillante ataque de la vanguardia francesa contra los italianos, que se retiraron perdiéndose mucha artillería, pero aquélla retrocedió con muchas bajas. Tras semejante descalabro, Pescara, con "valor frío, tranquilo e imperturbable" recompuso las filas y ordenó un ataque general. Una de las claves de la victoria fue que, en cierto momento, un destacamento de arcabuceros españoles batió de flanco a los hombres de armas franceses, la orgullosa caballería nobiliaria, a la que deshicieron por completo, incapaces de librarse de la incesante lluvia de balas que recibían. Luego, se produjo la desbandada de los mercenarios, la explosión del polvorín francés y, finalmente, la victoria de los imperiales. En palabras de Clonard:
Las bajas causadas por los diablos Los franceses tuvieron más de 8.000 muertos. De ellos destacaba el Almirante Bonnivet, quien poco antes había escrito al Barón de Lautrec:
También murieron o quedaron prisioneros casi todos los nobles y caballeros que sobrevivieron. El Marqués de Pescara acabó con su caballo herido dos veces y él mismo con la coraza atravesada por una bala que le impactó en el tronco. Las bajas imperiales se cifraron en unos 700 muertos. Una bala de oro y diez de plata La baja más importante fue la del mismo Rey de Francia. Su caballo, en plena carga, resultó derribado atrapando a su jinete. Se le acercó un infante español, guipuzcoano, Juan Villarta (otros lo nombran como Juan de Urbieta, de Hernani, y añaden a Alonso Pita, gallego, y Diego Dávila, caballero granadino), intuyendo que por el lujo de su armadura, armas y equipos, sería un caballero importante -y que podría obtener un buen rescate por él, práctica habitual en aquellas batallas-, metiéndole la punta de la espada por un intersticio de la armadura le conminó a rendírsele. El rey le contestó orgulloso que era el Rey de Francia y sólo se rendiría al Emperador. Esta situación la salvó un Rey de Armas que reconoció al rey francés y éste aceptó darle su espada y su guantelete en señal de rendición. Tras el fin de la batalla, y una vez conocida la insólita noticia de tener prisionero al mismísimo Rey de Francia, las tropas, eufóricas por la gran victoria, se agolpaban para contemplarlo y los más osados le arrancaban partes del penacho y las vestiduras para llevarse un recuerdo. La espada robada La espada que Francisco I entregó en señal de rendición pasó a la Armería Real del Emperador Carlos, junto con la borgoñota, la manopla, la tarja (especie de escudo adosado a la armadura), la testera de su caballo, una daga, etc. Pero siglos adelante, en plena rendición a la voluntad napoleónica, Murat ordenó que se le diera la espada del rey de Francia y así se hizo sin oposición. Ahora sólo nos queda de ella un dibujo bellamente realizado que nos da perfecta idea de cómo era tan importante como legítimo trofeo de guerra. Pavía en la memoria Para perpetuar la memoria de aquella gran victoria, el 10 de febrero de 1718 se dio el nombre fijo de Pavía a un regimiento de dragones creado a finales del XVII precisamente en Milán y que, hasta entonces, siguiendo la costumbre de la época, era identificado por el nombre de su coronel. Y entre los Regimientos de Infantería, en 1877 se dio el nombre de Pavía al número 50 de los de este Arma. Fotografía de portada: Bandera de Infantería, 1525. Lámina de Antonio Manzano Índice de Efemérides Febrero
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